sábado, 16 de febrero de 2008

Inventemos el nuevo socialismo o erraremos en la barbarie

Saülo Mercader, El minotauro ciego

Javier Biardeau R.

“Una revolución radical solo puede ser la revolución de necesidades radicales cuyos supuestos y cunas parecen precisamente faltar”

(K. Marx).

1.- Los dinosauros y minotauros como obstáculos del nuevo socialismo

Para el diseño de los socialismos radical-democráticos en el siglo XXI, nos encontramos en un paisaje rodeados de “dinosaurios”, “minotauros” y “unicornios”. Hay algo mas que una simple oposición entre lo “viejo” y lo “nuevo”, artilugio moderno por excelencia, o entre aquello que forma parte de un pasado “realmente existente” y de un “mundo imaginario” y por tanto, posible; sino una invocación a la prudencia para no caer de nuevo en las diversas figuras de la Barbarie Civilizada, encarnadas en los despotismos de derecha y de izquierda. Los dinosaurios y minotauros encarnan figuras emblemáticas del “socialismo realmente inexistente”, unos por dogmáticos e infalibles, apegándose el canon sacrosanto del marxismo-leninismo, otros por su permanente actitud de funcionar como centinelas ideológicos de un “pensamiento único” en la tradición Socialista.

El Nuevo Socialismo del siglo XXI requiere de una ruptura política y epistemológica con todo lo que represente dogmatismo, monolitismo ideológico, pensamiento único, colonialismo, simplificación, censura y razonamiento apodíctico. Los unicornios encarnan, entonces, la imprescindible conexión entre Socialismo y Emancipación, sin la cual, la utopía concreta tendría como destino, como diría el filósofo pragmático, eurocéntrico y liberal-democrático, Richard Rorty, convertirse en una “fantasía privada”.

2.- Re-actualizar el pensamiento socialista, crítico, pluralista y radical-democrátio

Sin embargo es conveniente hacer explícitos algunos elementos de la perspectiva que se pretende construir, como corriente ético-política animada por una crítica radical a la dominación social y política, animada desde la doble perspectiva de Marx y Gramsci, para demoler las cadenas de la explotación y superar el fetichismo de la separación entre gobernantes y gobernados, antes de avanzar con la argumentación, ya que es relativamente fácil detectar dinosaurios y minotauros, pero muy difícil detectarlos, cuando se disfrazan de nuevos unicornios. Hablamos de Socialismos en plural, de una pluralidad socialista, porque obviamente la experiencia histórica ha enterrado cualquier formulación universalista y cualquier tentativa de “pensamiento único” acerca del socialismo, formulación universalista con pretensiones de imponer una concepción doctrinaria y mono-cultural, como lo fue la experiencia burocrática-estalinista en su pretensión de construir un bloque de poder y una esfera de influencia de alcance mundial. Tampoco es posible replicar “modelos de revolución”, porque precisamente una “caja de herramientas” si es revolucionaria no operaría con estos contra-sentidos, con esta racionalidad dogmática, con esta impostura reduccionista, que solo servirían como “cartas de navegación” aplicados a otros “referentes” y al contraste comparativo.

Adicionalmente, existe a disposición de los interesados una amplia literatura donde se caracterizan los rasgos autoritarios y despóticos de las experiencias socialistas que se hicieron eco fácil de la crítica leninista a la democracia-liberal, sin ofrecer perfiles democráticos-radicales que rebasasen los límites de la democracia burguesa en su forma paradigmática, como modelo elitista de democracia restringida.

Por esta razón, resulta un extraordinario empobrecimiento teórico, en nombre de la “dictadura del sujeto revolucionario”, con indeseables consecuencias prácticas, descartar en bloque a lo socialismos como tradiciones populares de lucha así como el aprendizaje histórico que desde el ala progresista del liberalismo político (izquierda liberal) propio del sistema-mundo moderno-colonial (Mill y Laski, por ejemplo), y descartar su contribución al patrimonio de la memoria socialista en las luchas en pro de una ciudadanía democrática en la esfera de los derechos sociales y culturales. En pocas palabras, genealógicamente, el Socialismo ha sido postulado por una pluralidad de lugares de enunciación, desde anarquistas libertarios hasta el reformismo socialdemócrata, y por tanto, hay algo que no se puede descartar a priori, aunque hay que tener un criterio muy afinado de selectividad para no caer presos en el programa político de apoyo al “capitalismo democrático de bienestar”, o si se prefiere, en una actitud defensiva ante las críticas al Estado de Bienestar o Estado Social.

Entre aquellos que justificaron una suerte de “socialismo liberal”, desde el punto de vista teórico, figuran pensadores de la intelectual de Norberto Bobbio, que no pueden confundirse con la llamada Tercera Vía a lo Giddens, o posturas “anti-fundacionalistas” (Postestructucturalistas? Postmodernos?), como las de Mouffe-Laclau, y su propuesta de “revolución democrática” para una nueva estrategia socialista. Lo que caracteriza a estas propuestas es su marcado carácter euro-céntrico, distanciándolas de las experiencias, especificidades y particularidades de los territorios sometidos a procesos de colonización y de modernización imitativa, trunca y refleja.

Nuestra tesis afirma que las luchas por los socialismos democráticos, plurales, radicales y arraigados en las tradiciones nacional-populares de resistencia, impugnación y esperanza, proceden de dos puntos de partida: a) del reconocimiento del papel de los “lugares de enunciación” y de “agenciamiento histórico-cultural”, reconociendo la

geografía de las experiencias político-culturales (Mignolo) y, b) reconocer la posibilidad de una torsión de las proposiciones del ala radical-democrática del liberalismo político propia de la tradición moderna, colonial y occidental, para rearticular sus formas y contenidos progresistas con otras formaciones de discurso y acción político-cultural que no pertenecen a la tradición política de la Modernidad euro-céntrica, pero que tienen clara conciencia de la conexión entre emancipación política, justicia económica, eco-dependencia y dignidad nacional-cultural.

Aunque, a los buenos ciudadanos les moleste, gran parte del ideario socialista solo podrá ser reconstruido desde los márgenes del pensamiento euro-céntrico, sin necesidad de caer en el chantaje de los “fundamentalismos”, del “cesarismo populista” y del “fascismo de los vencidos”. Sin embargo, quiero enfatizar que uno de los mínimos democráticos del socialismo posible será dado por los perfiles construidos desde una democracia participativa, radical, pluralista y protagónica, desde el autogobierno de lo anteriormente gobernados, que rebasando los contenidos de la democracia representativa, permitirán la construcción de nuevas ciudadanías sociales y pluriculturales, y por tanto de una nueva esfera pública democrática, condición de posibilidad del quiebre de la explotación y la opresión social.

3.- El socialismo es una revolución democrática permanente

Otro de los mínimos democráticos del Socialismo posible será el de mantener la tensión permanente entre lo instituyente, lo instituido y la institucionalización, entre la potencia y el poder, entre las necesidades radicales y las cadenas de las diversas manifestaciones del fetichismo, y en el terreno jurídico-político, entre el poder constituyente, el poder constituido y la Constitución Normativa. Aquí el derecho y la política vuelven a desmontarse como espacios formalizados por la razón liberal, para ser reconducidos a las luchas sociales y nacional-populares. La forma jurídica tiene contenidos de poder económico, político, social y cultural.

Tratándose de una democracia revolucionaria, y por tanto agonística

de cabo a rabo, la deliberación y las “comunidades de comunicación” estarán permanentemente asediadas por la las pretensiones de desinformar, por el rumor, por la guerra psicológica, por las razones estratégico-hegemónicas y la “comunicación distorsionada” (Habermas) a partir de la tensión entre racionalidades políticas en conflicto y la utopía concreta de la liberación social. Por tanto, la democracia revolucionaria tiende a un estallido del paradigma liberal clásico que ha cosificado la separación entre economía, política, sociedad y cultura, por una parte; y entre el ámbito de “público” y lo “privado”, desconociendo la revalorización que de la esfera pública realizan la acción colectiva de plurales movimientos sociales y fuerzas

políticas.

4.- El nuevo socialismo es de modo inmanente contrahegemónico

Sin embargo, el desplazamiento del monopolio de la voz del liberalismo-democrático en los procesos de influencia social será un

proceso de luchas contra-hegemónicas en el terreno de la construcción de significaciones y sentidos (de la guerrilla semiótica en la multiplicidad de referentes de liberación social y cultural), y en los procesos de acumulación de fuerzas y recursos de poder,; es decir, lo que se ha dado en llamar, “empoderamiento”. Así mismo, las “revoluciones parciales”, acotadas a la transformación democratizadora de estructuras estatales, relaciones sociales y economías nacionales, y a las transiciones “nacional-populares” hacia el Socialismo, han dado paso a una revalorización de las particularidades y especificidades de las posibles transiciones socialistas que reconocen que la construcción de un “socialismo mundial”, forma parte de un espacio-tiempo de transformaciones que en un largo proceso histórico, que transitará por la construcción de bloques regionales de poder contra-hegemónicos, desborda a varias generaciones de movimientos, fuerzas y programas políticos.

Más que obedecer a leyes de “necesidad histórica”, el socialismo será una construcción de la agencia humana, de la actividad humana, de la praxis, una “revolución contra el capital” (Gramsci), una revolución político-cultural de emancipación social y de supervivencia de la vida digna, o simplemente no será. Y esta construcción de la agencia humana transgeneracional tiene que derrumbar de manera más o menos consistente al muro geo-cultural y civilizatorio creado por la sociedad liberal-individualista del sistema-mundo moderno y colonial, y redefinir modelos de desarrollo a escala humana y ambiental. Nada mas y nada menos que transformar los sistemas de

valores, creencias y gramáticas ideológicas profundamente arraigadas que forman parte de la base generativa de los modelos económicos, políticos, institucionales y culturales, y que pisotean como fantasmas, ídolos, palabras e imaginarios el cerebro de lo seres vivos!!!.

5.- La transmisión al nuevo socialismo, ¿desde cuáles referentes?

Por otra parte, es muy difícil sostener hoy una mecánica de transición necesaria entre un sistema socialista y algo llamado comunismo. Lo que Marx visualizó como el fin de la prehistoria (el reino de la necesidad), y el comienzo de la historia (el reino de la libertad) sigue ubicándose en el reino del entusiasmo utópico. Y nuestra época dominada por la ultra-modernidad liberal-occidental segrega cada vez más una crisis de sentido sobre la posibilidad misma de tal entusiasmo utópico, canalizando estas energías en la subcultura del éxtasis posmoderno y de consumismo hiper-segmentado. Sin embargo, existe una fuerte sensibilidad posmoderna que se constituye en un “estado naciente” para reelaborar desde matrices político-culturales diferencialistas a los horizontes socialistas, de la mano de obras como las de Boaventura dos Santos y Rigoberto Lanz. Esto no excluye una cuidadosa demarcación de corrientes que proponen jugadas neo-conservadoras.

Por otra parte, las corrientes postcoloniales ofrecen un invalorable aporte al desmontaje del occidentalismo, que puede ser aprovechado para recrear lo agencimientos socialistas. ¿Acaso la experiencia soviética no se proponía alcanzar como meta la imagen de bienestar consumista del campo capitalista del “primer mundo”? ¿El año 1989 no fue acaso una pragmática evaluación colectiva del sistema soviético como fracaso de la promesa de ese particular “reino de la libertad” reducido a la pura y simple “soberanía del consumidor”? ¿Qué futuro le espera a las innumerables nacionalidades y culturas sometidas por la imposición mono-cultural del colonialismo? Las razones postcoloniales pueden contribuir decisivamente a colocar en la agenda del debate las historias locales frente a los diseños globales, y reivindicar los tonos de la descolonización del pensamiento en el propio terreno de los horizontes socialistas.

Por otra parte, no resulta descabellado enfrentarse a operaciones de

transformismo ideológico de extraordinaria eficacia a partir de los acontecimientos de 1989, como la asimilación del capitalismo realmente existente con el reino de la libertad, cuando la experiencia de millones de personas bajo el capitalismo mundial experimentan la mas intensa privación, humillación y sobre-explotación bajo el salvaje auge del proyecto neoliberal / neoconservador. Sin embargo, constatamos como las culturas mediáticas licuan estas experiencias y sugieren que la causa de esta situación es la “falta o ausencia de capitalismo”, y no la desregulación social y política de la lógica del capital. Los horizontes socialistas deben enfrentar los dominios desbocados del imperio mediático y su contribución al metabolismo del capital a partir de la diseminación de un “régimen de necesidades”, constituyéndose en el verdadero “príncipe posmoderno” de las corporaciones transnacionales, consolidando junto a otros aparatos culturales una red integrada de dispositivos de modulación del control social, de la vigilancia y la “persuasión coactiva” generalizada.

En síntesis, las controversias contemporáneas entre modernos (liberales, conservadores y radicales), posmodernos (conservadores, resistentes y oposicionales) antimodernos (fundamentalistas y nostálgicos de las monarquías del “ancien regime”), trans-modernos (pos-ideológicos o de izquierda) y poscoloniales (Latinoamericanos, Caribeños, Africanos o Asiáticos), pudieran generar nuevas recepciones y reinterpretaciones de lo que pudiera significar una nueva discusión de las experiencias y visiones Socialistas en el siglo XXI.

La dispersión teórica en el terreno pensamiento social es un factum de la situación presente, pero la realidad de los movimientos de resistencia, impugnación y esperanza por otra parte ha venido generando prácticas de articulación entre pensamientos-saberes críticos frente al capitalismo neoliberal y los movimientos de acción colectiva que van sedimentando los nodos de una reticular y molecular praxis contra-hegemónica. Sin embargo, hasta ahora, el estado del arte de la discusión no remite al Socialismo como foco central de la agenda de reflexión, sino a una apreciación de las tendencias, contradicciones y dislocaciones del “capitalismo global”. De allí la interrogante: ¿cuál socialismo?, ¿el de los dinosaurios?, ¿el de los minotauros?, ¿el de los unicornios?.

Esta brecha de la reflexión pudiera comenzar a saldarse si se clarifican los términos del debate, y si se sabe hacia donde apuntan las nuevas aperturas conversacionales en términos políticos, pues pareciera que las fuerzas político-partidarias que se identifican con el ideario socialista a escala mundial poco dicen sobre la posibilidad de un nuevo socialismo en el siglo XXI, e incluso se encuentran en un franco retraso ante las lógicas impulsadas por los movimientos alter-mundistas (¿Otro índice de la muerte de la fertilidad del partido único de la revolución de inspiración leninista? ¿La muerte de la vanguardia como acceso privilegiado a la línea política y epistemológica “correcta”?).

Hablamos de socialismos en el siglo XXI, porque sin esta lectura no habrá posibilidad alguna del “Socialismo del siglo XXI”. Para que sea del siglo XXI tiene que situarse inevitablemente en el presente histórico del siglo XXI; es decir abordar el pluralismo socialista desde un talante contemporáneo y cosmopolita. ¿Qué significa en el presente histórico problematizar las experiencias socialistas y las visiones socialistas para el siglo XXI?

Significa ni más ni menos, realizar un verdadero balance de inventario, y levantar sobre las huellas del siglo XIX y XX, los nuevos horizontes socialistas, reconociendo las limitaciones colonialistas y euro-céntricas de proyectos que idealizaron un mito de progreso articulado exclusivamente al industrialismo, la burocratización de la existencia y la lógica unidimensional de la racionalidad instrumental. Entre estas huellas, es impostergable redefinir la relación de cualquier programa político con la obra teórica y política de Marx, por ejemplo, con todo el “socialismo y comunismo teórico”, y con los “socialismos históricos”. Hoy es inevitable, analizar desde una perspectiva no euro-céntrica todas las huellas del socialismo, y enfrentar la impostergable interdependencia entre nuevo socialismo (nueva economía mixta de estilo socialista con un marcado acento popular- autogestionario) y la nueva democracia (con marcado acento en la participación y protagonismo del mundo popular y de las escalas locales). Un nuevo poli-centrismo democratizador y socializador a través de redes político-culturales para un mejor-vivir.

Al mismo tiempo nos enfrentamos a temibles “minotauros”. No solo es impostergable contar con el hilo de Ariadna y con las habilidades de la real-politik para enfrentar los minotauros de las formaciones capitalistas propias del sistema-mundo colonial-moderno, sino tener presente que el “socialismo histórico” creó sus propios horrores, laberintos y monstruos: los minotauros que bajo el codificación estalinista del llamado “marxismo-leninismo” pretendieron crear una “visión unitaria” del proceso de “transición al socialismo”, del “comunismo” y otras fabulaciones. Hay que echar a la basura toda la

dogmática estalinista, y sobre todo, echar a la basura las actitudes estalinistas. Frente al despotismo burocrático hay que levantar un plural movimiento de emancipación socialista libertario.

6.- Conjurar la voluntad de dominio, la burocracia y el verticalismo en las funciones de mando.

El Nuevo Socialismo es una ruptura del Socialismo Burocrático, o con mayor precisión, del Estatismo oligárquico. Incluso, consideramos que hay que romper con el imaginario jacobino de la Revolución, en el cual una minoría selecta se constituye en destacamento de vanguardia para devenir en “nueva clase dominante”. La revolución socialista es una larga y zigzageante transición democratizadora que nace en las entrañas de las contradicciones y dislocaciones del capitalismo global, bajo la convicción de que cualquier otra opción nos hunde aún más en la barbarie. Ya Rosa Luxemburgo lo había planteado, no se trata de espontaneísmo, se trata de no sustituir al sujeto nacional-popular en la transformación de las relaciones de poder, explotación, coerción y hegemonía. Sustituir al pueblo, transformarlo en masa pasiva-dependiente o en clientela no es nuevo socialismo, es populismo autoritario. Cualquier desvío del ideario democratizador y de la construcción de un protagónico poder popular conduce a cualquier revolución socialista al fracaso.

Los minotauros de izquierda se encarnaron en vanguardias de aparato, burocracias, terrorismos de estado, servicios de espionaje, dispositivos de control, en despotismos diversos que han dejado desolado el entusiasmo utópico por el socialismo. Tanto las formaciones capitalistas como las formaciones del colectivismo oligárquico, mejor difundido como “socialismo realmente existente”, han legitimado a la voluntad de dominio como fin y único móvil de la política, y es cada vez mas obvio que las personas comunes y corrientes intuyen y sienten que el fin último de la política a escala planetaria sigue siendo la conquista, acumulación y conservación de recursos de poder para someter a otros… a pesar de sus resistencias. A este sometimiento barnizado se le ha denominado pomposamente como “gobernabilidad”. Y obviamente, “gobernabilidad” contra el pueblo. Se trata de que el sujeto nacional-popular se auto-gobierne, de allí que el socialismo sea radical-democrático.

Este sujeto nacional-popular es constitutivamente diverso, desborda los alineamientos clásicos de las clases, y no se limita a la famosa alianza obrero-campesina. Las estructuras sociales latinoamericanas son más multiformes y diferenciadas que las referidas en los manuales euro-céntricos, incluyendo la literatura generada en el campo soviético. La heterogeneidad estructural, social y cultural de las formaciones sociales en Nuestra América, requieren una nueva perspectiva para la construcción de una “voluntad colectiva” socialista, que sea nacional-popular y bajo el horizonte de la “patria grande”. Allí hay un campo neocultural para la construcción de un bloque de poder regional contra-hegemónico.

El socialismo radical-democrático ha sido históricamente la lucha contra la separación entre propietarios y no propietarios, entre controladores de la gestión y dependientes del control, entre administradores y administrados, entre gobernantes y gobernados, entre los auto-denominados “ilustrados” y los hetero-denominados “incultos”, separaciones que reproducen incesantemente formas de explotación, dominio y manipulación ideológica. Por esta razón, el socialismo ha incluido en toda su historia luchas por la socialización de la gestión económica atacando las fuentes de la desigualdad y la explotación, la lucha por la socialización del poder político y la democratización del Estado, y simultáneamente, la socialización del saber y la construcción de una nueva plataforma cultural liberadora.

Sólo desde una revolución político-cultural que profundice la soberanía cognitiva del movimiento nacional-popular es posible una re-apropiación y resignificación de los diferentes “medios de producción”: de bienes, de coerción, de consenso, de códigos, saberes y valores. Los medios de producción no son exclusivamente económicos, son políticos, institucionales, culturales.

7.- El nuevo socialismo es la radicalización de la democracia, no su negación.

La hegemonía histórica del “marxismo autoritario” y todos los regímenes de aparato que se han denominado “socialistas” han presentado características regresivas desde el punto de vista de la tradición democrática, si se comparan históricamente con los regímenes de las sociedades liberal-burguesas reguladas por variaciones del “Estado democrático y social”, donde una mezcla de conquistas y cooptaciones ha dado lugar a los “derechos democráticos” y las luchas por figuras cada vez mas progresivas de “ciudadanía” (cívica, política, social, cultural).

Históricamente la tradición democrática es anterior al Imaginario Socialista. La articulación entre la construcción de una voluntad general, la igualdad y la justicia social generó a la izquierda. La descalificación de la herencia libertaria de Rousseau es típica de un dispositivo liberal que utiliza a Locke para justificar sus temores a perder el modelo de subjetivación del capitalismo: el individualismo posesivo de los propietarios. Lo que no dicen es que el individualismo posesivo es la base civilizatoria de la catástrofe social y ambiental del siglo XXI. Transformar este individualismo posesivo, egoísta, miedoso y competitivo en subjetividades fraternas, solidarias y constructoras de sentidos del bien común y de la revalorización de la esfera de lo público, implica re-personalizar la política desde un sentido comunitario. Diversas comunidades de personas libres, personas asociadas libremente, y no colectivismo ni individualismo. Allí está el reto del Nuevo Socialismo. De un nuevo socialismo radical-democrático. Frente a esta situación, voces como la de Rosa Luxemburgo en su análisis de la revolución rusa nos lleva al quid del asunto:

Y cuanto mas democráticas sean las instituciones, cuanto más vivaz y enérgico sea el pulso de la vida política de las masas, tanto más directo y exacto será el influjo ejercido por estas, por encima de rígidas etiquetas de partido, de listas electorales envejecidas, etc. Cierto: toda institución democrática tiene limitaciones e insuficiencias, cosa que comparte, desde luego, con cualquier institución humana. Pero el remedio que han hallado Trotsky y Lenin, la eliminación de la democracia en general, es peor que la enfermedad que ha de curar: porque obstruye la fuente viva de la que podrían emanar, y sólo de ella, los correctivos de todas las insuficiencias inherentes a las instituciones sociales. La vida política activa, enérgica y sin trabas de las más amplias masas populares.”(RL)

Así mismo, la liquidación de las libertades democráticas es una obvia prolongación del imaginario jacobino:

“El presupuesto tácito de la teoría de la dictadura en el sentido leninista-trotskista es que la revolución socialista es una cosa para la que existe una receta acabada que esta en el bolsillo del partido revolucionario y que solo basta con emplear la energía para hacerla realidad” (RL).

Y en otro fragmento que para los pelos de punta ante la experiencia vivida en el siglo XX:

“(...) La libertad solo para los partidarios del gobierno, solo para los miembros del partido, por muy numerosos que puedan ser, no es libertad. La libertad es siempre únicamente la del que piensa de otra manera. No es ningún fanatismo de “justicia”, sino porque todo lo que de pedagógicamente, saludable y purificador tiene la libertad política depende de esta condición y pierde esta eficacia si la libertad ‘se convierte en un privilegio.”(RL)

Podríamos multiplicar exponencialmente las citas y los autores desterrados de la ortodoxia político-cultural. La genial escritura fragmentaria de Antonio Gramsci, los destellos consejistas de Karl Korsch, la tan ignorada obra del socialista alemán Arthur Rosenberg “Democracia y Socialismo. Historia política de los últimos ciento cincuenta años. 1789-1937”, y muchas voces más sepultadas en la memoria oficial de los aparatos. Se ha sepultado del imaginario socialista que la democracia revolucionaria es “socialismo y más democracia”, y no “estatismo y menos democracia”.

La democracia revolucionaria trata de manera muy esquemática de fusionar en un proceso histórico marcado por la “política de las mayorías”, el autogobierno de la colectividad con grados superiores de control y posesión colectiva de los principales medios de producción de bienestar y mejor vivir. Y es aquí, donde democracia revolucionaria y democracia social se articulan para promover un nuevo proyecto de economía mixta de estilo socialista como forma de transición para el logro de un mejor vivir; es decir, de la escala humana y ambiental de una real emancipación para todos, contra los minotauros de izquierda y de derecha.

Por otra parte, los minotauros de derecha, los legitimadores de las formaciones capitalistas hicieron todo lo posible para reducir las expectativas populares sobre el concepto de democracia, desde la codificación de Joseph Shumpeter hasta la Comisión Trilateral, interpretaciones que condenaron cualquier idea de profundización de la democracia como una amenaza para la estabilidad y la “gobernabilidad” del sistema político y económico; dando lugar a la democracia de baja intensidad y al compromiso entre elites, coartada a la medida de los intereses de la plutocracia global y su diseño imperial.

Lo que se ha venido obturado, como señalaba Rosemberg, desde hace más de 200 años es que “la democracia como cosa en sí, como una abstracción formal no existe en la vida histórica. La democracia es siempre un movimiento político determinado, apoyado por determinadas fuerzas políticas y clases que luchan por determinados fines”; por tanto, tras las formas retóricas del movimiento hay que analizar los intereses y fines políticos que determinados grupos, sectores y clases persiguen.

En el caso de los minotauros de las formaciones del llamado “socialismo real”, desde la década de los 20 del siglo XX, los aparatos postergaron por “razones de fuerza mayor” un debate sustantivo sobre la democracia, y desde ese momento el socialismo democrático fue relevado por la esterilidad de una socialdemocracia sin socialismo (reformismo) y un “socialismo” sin democracia (revolución). A partir de allí, y como afirma lúcidamente Edgar Morín, es obvio que “el socialismo dejo de ser un concepto unitario”.

No basta sin embargo, con racionalizar el fracaso del campo soviético a partir del cómodo expediente del chivo emisario. Stalin no fue el creador del Gulag. El Gulag habitaba ya en la desfiguración del horizonte ético y utópico que animó la “crítica de la economía política”, que se devaluó en una forma de pragmática política, en la desfiguración del “análisis concreto de la situación concreta” por el cálculo instrumental de fuerzas anónimas donde la condición humana fue solo cifra, variable, masa de maniobra, y perdida de la voz y del rostro. ¿Cómo “cambiar la vida” (Rimbaud) desde ese lugar?.

8.- El nuevo socialismo se fecunda de la heterodoxia socialista de los siglos XIX Y XX.

Hablar de socialismo(s) en el siglo XXI implica una mirada frontal con la amnesia colectiva de los trayectos, márgenes y horizontes socialistas que quedaron tapiados en el camino. Y sobre todo cuestionar las premisas euro-céntricas y colonialistas presentes en el ideario socialista. Desde nuestra perspectiva, solo reivindicando a los socialismos desde los márgenes, poniendo a circular una proliferación de diferencias, tensiones e incluso oposiciones, es donde se hace posible reavivar la llama del entusiasmo utópico, replanteando la construcción de la unidad en la diversidad a partir de metódicas democratizadoras.

La fecundidad de los Socialismos desde los márgenes contrasta con la

esterilidad del “régimen de verdad” de los aparatos. Estos socialismos en plural, con sus desarrollos desiguales y especificidades histórico-culturales, permiten nuevos locus de enunciación, y permiten hablar del “socialismo” como una verdadera constelación de sensibilidades,

ideas, creencias, valores e imaginarios de emancipación.

No se trata de simples oposiciones de valores, entre libertad e igualdad, por ejemplo; sino del modo de articulación de un complejo de valores en el cual están presentes de modo sinérgico el derecho a la vida, la justicia, la igualdad, la libertad y la solidaridad. El socialismo, desde nuestra perspectiva será la lucha por ampliar los espacios de libertad (Foucault), confrontando abiertamente las condiciones de desigualdad, injusticia, explotación, vulnerabilidad y exclusión que reproducen una “libertad real para algunos pocos”. Por esta razón, la estrategia socialista depende de una “revolución democrática” y de una praxis contra-hegemónica de fuerzas nacional-populares, que junto a movimientos anti-institucionales, anti-patriarcales, anti-autoritarios, eco-políticos y de sensibilidades ecuménicas, planteen las bases de un nuevo espacio-tiempo de transformaciones radicales de todos los espacios de poder, moleculares y molares, como los Estados-Nación y las instancias de poder supranacionales.

Ciertamente, las definiciones de la democracia y del socialismo están condenadas inevitablemente al “conflicto de interpretaciones”, por una parte, y a una pluralidad de perspectivas, por la otra. Esta pluralidad ofrece fortalezas y no debilidades. Requerimos de una proliferación de sensibilidades a lo Benjamín, para rememorar y no perder nuestro vínculo con esas huellas, y renovar la lealtad con el a priori del dolor de la plural condición humana, fundamento precario de los saber(es) y los pensamiento(s) críticos, frágil fundamento que desmonta las certezas amalgamadas por los practicantes del racionalidad instrumental capitalista, y que no puede reducirse a una suerte de “humanismo sentimental”.

9.- Hay que luchar contra el imperio y.... contra dinosauros y minotauros.

¿En qué se ha transfigurado la vanguardia intelectual de los minotauros, sino en las voces del dominio y la exclusión? ¿Qué diferencia existe entre la verdad oficial del príncipe moderno encarnado en el “Estado-Partido único” y este príncipe posmoderno que usa la “opinión publica” para modelar los patrones de interpretación y sensibilidad social?. ¿Qué queda en pié de la Modernidad liberal-eurocéntrica? ¿La soberanía del consumidor y sus simulacros de libertad?. Nuestros minotauros pueden identificarse a la perfección, son las plutocracias capitalistas y las “nomenclaturas” políticas del colectivismo oligárquico, que han gestionado diseños globales sin huella alguna del poder de las historias locales y del protagonismo de los lugares-mundos de lo nacional-popular.

La lucha por la justicia social y por la preservación de la vida digna sobre el planeta implica un frontal antagonismo con el Imperio y sus razones imperiales. Pero también es una lucha contra los despotismos que se incuban en el propio campo contra-hegemónico. De allí, una doble lucha, una lucha contra el poder global concentrado, y por otra parte, una lucha contra las voluntades de dominio nacientes, contra la reproducción de la lógica del dominio que prefigura una “nueva clase dominante”. Así como el capitalismo ha sido definido por la reproducción ampliada de su metabolismo, que es la lógica de la acumulación por la acumulación misma en cuadro social de explotación; también la reproducción del metabolismo requiere de la reproducción de las condiciones que garantizan la continuidad de la lógica de la acumulación: es decir, la lógica del dominio social, político y cultural. Frente a la tendencia a reproducir la acumulación del poder y la concentración de las funciones de mando, se requieren contra-tendencias con capacidad regular la transformación de la potencia social en despotismo político. En definitiva, sólo a través de una democracia participativa, radical, pluralista y protagónica es posible contener las fuerzas de la codicia capitalista y la voluntad de dominación encarnada en fetiches nacional-estatales. Sólo allí, están las condiciones de posibilidad de los nuevos horizontes socialistas, desde nuevos sujetos nacional-populares. Sin esta democratización sustantiva, el Socialismo del Siglo XXI será de nuevo una reiteración de aquella sentencia:

“Los sueños de la razón engendran monstruos”.

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