sábado, 16 de febrero de 2008

La muerte del mito de las dos izquierdas



Javier Biardeau R.


La crisis de fundamentos epistemológicos de la Modernidad Occidental no puede confundirse con su crisis de legitimación social. Aún la Modernidad Occidental sigue vivita y coleando de inercias metales, de "sentidos comunes legitimadores", del hacer-decir fabulador cotidiano de diversos estratos, grupos, capas y clases.

Este factum tiene impactos ineludibles sobre el campo del pensamiento de izquierda. La izquierda moderna, la que el siglo XX delimitó como izquierda, nació fracturada y completamente articulada a la matriz eurocéntrica de la modernidad. Parados desde este fundamento, algunos pretendieron desarticular la unidad orgánica entre socialismo, democracia y revolución anticapitalista, desde Bernstein hasta llegar a Giddens-Blair. Su tarea política ha sido enterrar la obra de Marx, y a éste, como a un "perro muerto".

No hablemos de Labriola, de Adler, de Korsch o Lukacs. Esto sería introducir el pensamiento complejo en el universo simplificador y reduccionista de tanto funcionario orgánico de aparato (del comunista y del socialdemócrata); y por tanto del universo falso, de la mitología de las dos izquierdas. De esto viven las mitologías, de simplificar, de reducir, de falsificar, de legitimar universos, en vez de dejar que los humanos, los simples humanos, se confronten con los multiversos, con la multiplicidad de las verdades, con un pluralismo intercultural que socava la idea de centro, de unidad homogénea y fundamento universal. De allí las malas noticias que anuncian la crisis de la modernidad occidental para las apologías de lo simple.

Desde el más común y silvestre de los estalinistas hasta el más pedante socialdemócrata, ambas figuras están patinando en el abismo que para ellos anuncia la nueva configuración epocal: condición posmoderna para algunos, condición transmoderna para otros. Lo cierto es que el mito de las dos izquierdas ha muerto, y todavía algunos no se han enterado (esperamos que los intelectuales del PSUV tomen nota). Los superestrategas del "globalismo trilaterial" pretenden utilizar el mito como arma de división de los movimientos populares contraimperiales, y espantapájaro de los fantasmas del comunismo (allí están Castañeda, Villalobos y Petkoff, haciendo su mandado en nombre de los buenos modales de la macroeconomía capitalista).

Por el otro lado, desde las ruinas del viejo socialismo envían a sus funcionarios culturales para convencernos de la irrefutabilidad de las "leyes de la dialéctica materialista". Ambos sectores justifican en nombre de patético realismo del poder sus fabulaciones ideológicas.

Pero que nadie se engañe. Su capacidad de convencer es nula. Su inflación retórica es índice de que hay una quiebra de sus efectos performativos.

Estas movidas lucen en stricto sensu, ridículas. Que Lenin dijo que Kaustky era un "liberal adocenado", y que Kaustky acusó a Lenin de fundar una nueva dictadura unipersonal, todo esto es una bomba de humo que no tiene utilidad alguna para enfrentar la verdadera crisis del planeta: no habrá nuevo socialismo contra la barbarie, desde las coordenadas mentales de la Modernidad Occidental. Se acabó el cómodo gusto de los marxistas-leninistas y de los reformistas por la flojera intelectual y moral.

Hay que pensar críticamente la mutación existencial por venir, no sólo rumiar terminologías. Hay que renovar los marcos mentales de la crítica socialista, comprender las coordenadas-otras de pensamientos-otros, otras formas de decir-hacer socialismo, democracia y revolución. Y en este retorno de lo diferente, hay que comprender las implicaciones prácticas, existenciales, de las ligaduras entre poder popular protagónico y revolución democrática en todos los órdenes, en una nueva configuración epocal.

Ni las elucubraciones de nuestros operadores reformistas ni de nuestros marxistasleninistas podrán lograr lo que Gramsci denominó una "reforma intelectual y moral". La crisis civilizatoria del socialismo burocrático y del capitalismo neoliberal decretó la muerte del mito de las dos izquierdas: ¿acaso nuestros fabuladores se habrán enterado?

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