sábado, 16 de febrero de 2008

Sin contemplar el pensamiento crítico marxista no hay socialismo posible

Ulacio Sandoval

Javier Biardeau
R.
jbiardeau@gmail.com

La lucha contra el dogmatismo en el terreno el pensamiento revolucionario no puede confundirse con una liquidación del programa teórico crítico marxista. La obra abierta de ese gigante que fue Carlos Marx es indispensable, irrenunciable e innegable aunque es insuficiente. Sin Carlos Marx es imposible evaluar críticamente el horizonte Socialista. Como conclusión práctica, debe aparecer la referencia al marxismo crítico y abierto en los estatutos y en el programa político del PSUV.

El Marxismo no existe como dogma, pero si como motor de transformación revolucionaria de las sociedades capitalistas. El conjunto plural de los marxismos deben dialogar críticamente para renovar el horizonte de una teoría de la transformación revolucionaria de las sociedades capitalistas. Sin marxismo(s) no hay Socialismo(s).

He usado la expresión dialogo crítico entre tradiciones marxistas para referirme a las distintas corrientes marxistas activas en los colectivos, movimientos y gobiernos que asumen de manera enunciativa al menos, el horizonte socialista. Desde 1968, que es una fecha indispensable para liquidar el mito de las dos izquierdas (tanto la estalinista como la socialdemócrata-reformista), lo característico de la relación entre las diferentes corrientes marxistas existentes fue el enfrentamiento constante y la intolerancia en la afirmación de lo que cada cual consideraba ortodoxia. Pues bien, ha llegado la hora de la “unidad en la diversidad” de las diferentes narraciones marxistas críticas, una unidad revolucionaria en función de la convergencia practica en las tareas de transformación de las sociedades capitalistas.

Para el pensamiento crítico ha quedado liquidada la gran narrativa ortodoxa del diamat/hismat. Este no es un asunto menor ni escolástico, sino un asunto teórico que prefigura los errores de proyecto, estrategia y táctica política del Socialismo burocrático. El Socialismo burocrático es la sombra de la política socialista, y no es una sombra imaginaria, es una sombra real, histórica, acumulada de sufrimientos innecesarios en nombre de una hermosa utopía concreta. Allí están las nomenclaturas y los gulags, allí están las planificaciones centrales y la escasez de bienes esenciales, allí está la mutilación de la crítica en los terrenos estéticos, éticos y cognitivos, allí está la liquidación de la democracia de los soviets y del poder popular, sacrificados en el altar del Leviatán estalinista o maoísta. Allí están las policías de pensamiento y todo el socialismo orwelliano. Así que, hay que superar todo esta experiencia teórica y práctica para darle impulso al pluralismo socialista, al socialismo de lo diverso en el terreno teórico, intelectual, en el terreno del saber, del conocimiento, de la comunicación y los campos culturales.

El estalinismo es enemigo de la diversidad de interpretaciones de la obra abierta de Marx. El asunto de la unidad no es la imposición de una homogeneidad ideológica, el asunto es la unidad concreta en la praxis política, reconociendo distintos abordajes teóricos. Desde 1990 comienza un reconocimiento recíproco de perspectivas críticas marxistas. Las condiciones históricas concretas de la imposición de las políticas neoliberales y a la disolución de la mayoría de las organizaciones creadas bajo la sombra de la guerra fría, nos llevan de nuevo al análisis concreto de la situación concreta contemporánea, y para esta tarea conviene empezar escuchando las razones de los otros, de los (en principio) más próximos ideológicamente pero que las circunstancias, cuando no la intolerancia y el dogmatismo, habían convertido en adversarios o en enemigos.

El diálogo crítico entre las corrientes marxistas tiene que potenciar lo que algunos han llamado el intelectual colectivo orgánico al movimiento nacional-popular, o si prefiere el General Intellect a lo Negri. Pero todo esto depende de la prioridad que se dé al análisis concreto de la situación concreta y a las propuestas constructivas alternativas. Todo esto implica un balance de inventario, volver a estudiar esa historia, ahora en común, para captar qué hilos hay en ella que -como diría Walter Benjamin- aún pueden contribuir a formar el ovillo de una praxis revolucionaria compartida en la contemporaneidad.

Marx ha muerto físicamente pero su obra abierta sigue fecundando un debate en el seno de los movimientos alter-mundistas y de las fuerzas intelectuales contestatarias al orden despótico del capital. Existen múltiples voces que pueden ser citadas como referencias de una época de ebullición de ideas para el debate. Sin embargo, lo sustantivo en su articulación orgánica de de estas ideas a diferentes modalidades de praxis e intervención concretas. El contacto y diálogo con los movimientos sociales alternativos y, sobre todo, con el movimiento de movimientos, es básica, pero hay que mencionar a Samir Amin (sobre lo que él llama "el capitalismo senil"), a I.Wallerstein (sobre el carácter de los movimientos anti-sistémicos y la utopía), a Anibal Quijano (sobre la colonialidad del poder) , a Enrique Dussel (para una ética de la liberación), a Atilo Boron, (para una crítica radical de la filosofía política de la burguesía global), a Emir Sader (para comprender la hegemonía y la contra-hegemonía global), a James Petras (sobre la evolución del hegemonismo norteamericano), de Tariq Ali (sobre los nuevos fundamentalismos), a Aricó, Laclau y Chantal Mouffe (para posicionar a Gramsci en América latina), de Mezsaros y E.O. Wright (sobre la desigualdad, el socialismo del futuro y la utopía concreta), de Toni Negri (sobre imperio, biopolítica, general intellect, poder constituyente y multitud), de Luca Casarini (sobre la desobediencia), de John Holloway (sobre antipoder y contrapoder), de Boaventura da Sousa Santos (sobre democracia participativa), y a tantos otros que por razones de espacio no es posible referenciar. Y sobre todo, a los invisibles, los movimientos sociales y a los colectivos intelectuales que dentro de ellos asumen las tareas de transformación socialista.

El carácter heterogéneo de pensadores y pensadoras que mantienen una crítica radical al orden despótico del capital, tanto en lo que hace al análisis y diagnóstico de lo que están representado la globalización contemporánea, el papel de los Estados Unidos de América y de Europa en la nueva fase o la estructura del Imperio, como en lo que se refiere a la prognosis, a las expectativas, a la evaluación de la correlación de fuerzas en presencia o a las alternativas que se proponen, nos permite mantener el optimismo realista con relación al futuro de la acción contra-hegemónica.

Quien se haya acercado con atención a la historia de los marxismos desde los tiempos de la I Internacional tiene que saber que esa idea de la teoría unitaria, aseadilla y cerrada, tanto en lo que hace al análisis económico-social como en lo que hace a las previsiones sobre la revolución, fue siempre una ilusión; una ilusión, como decía Gramsci, de gentes que pretenden encajonar la historia haciendo abstracción de la voluntad, los deseos y la imaginación de la humanidad que sufre.

Bastará con recordar a este respecto lo que el principal candidato a teórico de la revolución en esa historia, V.I. Lenin, escribió en un momento decisivo- recordando en esto a Napoleón-: "primero se pone uno en marcha y luego se verá". Lenin mismo advirtió, en 1922, ya al borde de la muerte, de los peligros de la generalización de la teoría, basada en lo que se vió en Rusia, a la Europa central y occidental. Gramsci, el otro candidato a teórico de la revolución en Occidente, supo ver que no es posible encajonar la historia en teorías y, luego, porque supo escuchar el mensaje final del hombre aquel del primero se pone uno en marcha y luego se verá.

El Imperio fomenta entre las gentes fundamentalismos varios, y es hora de poner en marcha en la pluralidad de aproximaciones teóricas construidas por los marxistas del siglo que empieza, tanto para el diagnóstico como para el cambio, y desde lugares tan distintos del planeta, programas de reflexión-intervención que permitan potenciar el horizonte socialista. Cualquiera que se declare marxista de los inicios del siglo XXI tiene que aceptar, no sólo por lo que ha sido la historia de las revoluciones desde 1870 hasta 1968, sino por lo que es el presente de los movimientos de liberación, que el marxismo es una de las ideologías en presencia pero no la única.

El problema de la izquierda no es exclusivamente de teoría. Se trata de saldar cuentas con teorías derruidas por la praxis histórica, pero también es y sobre todo un problema práctico: la fuerza, la potencia (económica, militar, política, ideológica) del adversario, en el plano estatal y en el ámbito mundial. Lo que cambia es la forma de articulación de esa fuerza: el modo de producir mercancías, el modo de producir ideología, el modo de producir cultura, el modo de producir información, el modo de manejar los medios de comunicación. Falta saber, como cambiamos para ser más eficaces el modo de configurar potencias revolucionarias. Así pues, que el “marxismo crítico y abierto” aparezca en los estatutos y en el programa del PSUV.

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