Javier Biardeau R
Sabemos como el mito de las dos izquierdas cumplió extraordinarios cometidos geopolíticos para desgarrar y dividir el campo nacional-popular en las historias. Pero el agotamiento de
El asunto vital de este trazado de fronteras es el buen comportamiento hacia el Amo y su Ley global. Lo demás, son pamplinadas. Del otro lado de la ecuación del mito de las dos izquierdas, tenemos la mentalidad y rituales del marxismo-leninismo. Su sobrevivencia puede comprenderse como ejemplar de la mentalización sectaria. Si algo ofrece el marxismo-leninismo son fórmulas verbales, certezas para no pensar y rituales para auto-engañarse, bajo la creencia generalizada de que por allí se construirá el nuevo socialismo. Todo esto, como lo hemos analizado extensamente, son simples inventos del estalinismo-burocrático y del imaginario jacobino tributario de la revolución bolchevique. El asunto crudo es que ni el reformismo que edulcora Washington, ni el despotismo-burocrático del estalinismo, constituyen alternativa post-capitalistas.
En este contexto, Giddens nos anuncia la liquidación del socialismo: hay que abandonarlo y sustituirlo por una izquierda liberal (¡su sinceridad conmueve!). Producto de los ecos ideológicos neo-coloniales, no será extraño escuchar voces que replican esta fraseología en nuestros territorios, disfrazando a los cuerpos-pasiones de derecha de aromas-mascaradas de izquierda. Esto no es nuevo, mucho menos en tiempos de simulacros mass-mediáticos y de tele-política. Pero el tránsito postcapitalista apunta hacia otros horizontes. Es desde el espacio de la multiplicidad de las revoluciones democráticas, descolonizadoras y socialistas donde se abren caminos de esperanza para las multitudes excluidas, negadas, discriminadas y manipuladas políticamente. Comienzan a articularse de manera orgánica las demandas de democracia radical y de transición post-capitalista. Atento a esta situación, Washington abre una ventana táctica manipulando el sintagma de la “democracia social”, posicionando el marketing político a su izquierda liberal. Pero el efecto performativo de este truco de baja monta es nulo, es simplemente ridículo. Su esquematismo es directamente proporcional a su puerilidad como recurso retórico para la propaganda política. De allí no saldrán sino farsas y simulaciones, disfraces ideológicos para épocas de carnaval político.
Desde otros lugares de enunciación, por ejemplo, el talante intelectual de Boaventura de Sousa Santos, se plantea el reto de imaginar al campo de las izquierdas anticapitalistas de cara al siglo XXI; repensarlas ante la caída de las metanarrativas de la modernidad-occidental. Obviamente, es mucho pedir que quienes se ocupen de los mundanos asuntos de revestir ideológicamente al decadente reformismo socialdemócrata venezolano (la adequidad) o a las falacias del estalinismo burocrático, se aproximen al fondo del problema: La izquierda moderna, la que el siglo XX delimitó como izquierda tiene su procedencia completamente articulada a la matriz euro-céntrica de la modernidad y a la razón imperial. Un socialismo libertario, radical-democrático, abierto a la descolonización, construye nuevos espacios de justicia, liberación y alteridad, más allá de los moldes de las revoluciones que colonizaron el imaginario de transformación en el siglo XX. Sin el tutelaje y la gubernamentalidad del “globalismo trilateral”. Construyendo democracias sustantivas, radicales, con justicia, liberación y alteridad, desde el pluralismo igualitario que acepta matices y diferencias, y no elude el antagonismo fundacional que inspira cualquier política socialista: la construcción de sociedades “más allá del capital”, de la modernidad occidental y de la razón imperial.
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